TIKRIT, Irak (Reuters) - El 1 de abril, el grupo extremista Estado Islámico fue expulsado de la ciudad iraquí de Tikrit. El gobierno central liderado por chiíes y milicias aliadas hicieron retroceder a los radicales suníes después de un mes de batalla.
Entonces, algunos de los libertadores se vengaron.
Cerca de las incendiadas oficinas centrales del gobierno, cuyas paredes muestran impactos de bala, dos policías federales rodeaban a un presunto combatiente del Estado Islámico. Instados por una muchedumbre furiosa, los dos agentes sacaron sus cuchillos y apuñalaron reiteradamente al hombre en el cuello, cortándole la garganta.
La ejecución fue presenciada por dos corresponsales de Reuters.
El incidente ahora está siendo investigado, dijo a Reuters el portavoz del Ministerio del Interior, el general Saad Maan.
Desde que fue reconquistada hace dos días, la ciudad suní de Tikrit ha sido escenario de violencia y saqueos.
Además de la muerte del presunto combatiente extremista, varios corresponsales vieron también a una caravana de paramilitares chiíes -socios del Gobierno en la campaña por liberar a la ciudad- arrastrando un cadáver atado a un vehículo.
Funcionarios locales dijeron que el caos continua. Dos agentes de seguridad, que hablaron bajo condición de anonimato, declararon el viernes que decenas de casas han sido incendiadas en la ciudad y que habían presenciado el saqueo de tiendas comerciales por parte de milicianos chiíes.
Más tarde, Ahmed al-Kraim, líder del Consejo Provincial Saladino, dijo a Reuters que las turbas habían quemado "cientos de casas" y saquearon algunas tiendas durante los últimos dos días. Las fuerzas de seguridad gubernamentales, afirmó, tienen miedo de enfrentarse a la muchedumbre.
Kraim dijo que abandonó la ciudad en la tarde del viernes debido a que la situación se estaba saliendo de control.
"Nuestra ciudad fue quemada ante nuestros ojos. No podemos controlar lo que está pasando", refirió. No fue posible confirmar inmediatamente esos informes.
Estado Islámico, un grupo escindido de Al Qaeda que surgió en medio del caos en Irak y Siria, ejecutó a miles de personas y ocupó gran parte del norte y centro de Irak el año pasado.
La ofensiva del Gobierno no sólo buscaba expulsar al grupo, sino también superar la división fundamental que fractura a Irak: la enemistad entre la mayoría chií ahora en el Gobierno y la anteriormente dominante minoría suní.
Funcionarios cercanos al primer ministro Haidar al-Abadi, un chií moderado, habían descrito la campaña en Tikrit como una oportunidad de demostrar la independencia de su Gobierno de una de las fuentes de su poder: las milicias chiíes de Irak, apoyadas por Irán y asesoradas por oficiales militares de ese país.
Los suníes desconfían y temen profundamente a estos paramilitares, los acusan de ejecuciones sumarias y vandalismo. Pero Abadi ha terminado dependiendo de las milicias chiíes en el campo de batalla, debido a que el Ejército regular de Irak desertó en masa el verano pasado al presenciar la masacre que perpetraba Estado Islámico en su avance por territorio iraquí.
Ahora, los saqueos y la violencia en Tikrit amenazan con opacar la victoria de Abadi. Existe el riesgo de que los suníes de Irak consideren que el gobierno central es débil y no lo suficientemente de confianza para recapturar otros territorios bajo control del Estado Islámico, incluida la ciudad de Mosul.
Tikrit, ciudad natal del fallecido dictador Saddam Hussein, se encuentra en el centro de una región predominantemente suní de Irak.
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