“Ciudadano Cero” ofrece el testimonio de dos médicos cubanos que permanecieron inhabilitados durante más de 5 años para el ejercicio de la Medicina en Cuba por haber canalizado ante su Ministerio la opinión de 300 profesionales de la Salud Pública acerca de su salario. El Dr. Jeovany Jimenez Vega, quien administra este blog, autoriza y agradece la divulgación, por cualquier medio posible, de toda opinión o artículo suyo publicado en el mismo.
Por Jeovany Jimenez Vega.
Recién vi un inquietante video que circuló hace meses en la web con el título “Médico cubano torturando a un bebé en Venezuela”. En el mismo vemos a un galeno que realizaba un violento examen físico a un lactante pequeño, pero después el hipotético médico cubano, cuestionado en la red por mala praxis, resultó ser en realidad el pediatra zuliano Marcos Tulio Torres. En aquel momento el hecho encontró resonancia en varios sitios digitales cubanos y en varias televisoras de Miami, en una noticia tergiversada presuntamente para desacreditar a la Misión Médica cubana en Venezuela. Tratar de implicar a los médicos cubanos en este hecho fue un acto carente de ética o de una injustificable irresponsabilidad, que deja en entredicho la credibilidad de estos medios, pero también fue, ante todo, una garrafal pérdida de tiempo… y me explico.
Un simple análisis de esa Misión Médica en sí y de la percepción que de ella se tiene, tanto entre la mayoría de los médicos cubanos que en ella se enrolaron, como entre la mayoría de la población venezolana a que está destinada bastaría para llegar a esta elemental conclusión. Me cuentan algunos colegas amigos que de Venezuela regresan, que allá viven prácticamente en la indigencia, en medio de la más insultante insalubridad que pueda imaginarse, en locales mal iluminados y peor ventilados, que frecuentemente carecen de servicio de agua corriente –pudiera tratarse, por ejemplo, de lo que fuera un antiguo prostíbulo– generalmente hacinados, pudiendo llegar a compartir una habitación común entre media decena de colaboradores, con una cocina improvisada y usando un baño común, sin las más mínimas normas de privacidad o higiene, permanecen en estas condiciones durante dos o tres años.
Pero si causan estupor las condiciones en que residen estos trabajadores, sin embargo es en la gestión en que derivaron hace años los Centros de Diagnóstico Integral (CDI) –equivalentes venezolanos de los Policlínicos Comunitarios de la Atención Primaria de Salud cubanos– donde se devela en su real magnitud la farsa de esta flamante Misión Oficial en Venezuela. Aquí estamos ante la más insultante arista del asunto: durante años, desde tiempos de Chávez, colegas nuestros han regresado contando cómo reiteradamente se vieron obligados a botar al retrete costosos medicamentos una vez caducados –incluidos antibióticos que costaban hasta $100.00 USD cada bulbo– porque sus jefes les exigían reportar su uso para sobrenotificar el número de ingresos, medicamentos que en su casi totalidad llegaban desde Cuba en momentos en que los mismos escaseaban o eran inexistentes en las salas abiertas y terapias cubanas. Aún continúa esta bochornosa práctica, pero con el agravante de que ya estos CDI han degenerado tanto en su función que, hoy por hoy, sólo pueden ofrecer un pálido efecto vitrina, pues son mucho más disfuncionales que sus pares de la isla: hoy los colegas que regresan aseguran que estos CDI apenas cuentan con el más precario stock de medicamentos de urgencia –pueden faltar con frecuencia la prednisona, el salbutamol, o el oxígeno, por ejemplo– a la usanza de los peores momentos del período especial cubano, por lo que apenas son visitados por la población. Para contrarrestar esta incorregible decadencia, la dirección de esta “digna” Misión Médica persiste en su vieja solución: se le exige a los médicos que se inventen ingresos fantasmas, que reporten pacientes que no existen para mantener las camas “llenas” sin un sólo ingreso físico real, política que intenta infructuosamente mantener esta megafarsa como válida ante los ojos de la opinión pública.
Sin embargo, a pesar del onanismo mental de ciertos utópicos de izquierda, la naturaleza y esencia de esta gran operación de lavado de dinero no escapa a la intuición del pueblo y de la oposición política venezolana, con toda la natural repulsa que esto lógicamente genera. Si a esto se le suma la grotesca explotación salarial a que se somete a todos estos profesionales cubanos, todo el chantaje que sufren, las humillaciones que reciben por parte de la dirección de esta misión y también de una buena parte de la población venezolana que mantiene hacia ellos una hostilidad más o menos confesa –pues no deja de verles como una parte pasiva, pero parte al fin, de este juego– comprenderemos por qué los ataques como este que motiva mi comentario inicial son superfluos frente a la evidencia de los hechos: es tan cruda y lastimosa esta realidad que no merita ser hiperbolizada.
Condénese la manipulación política de la profesión médica, condénese la mentira de los gobiernos demagogos, condénese el atropello contra los profesionales cubanos dentro y fuera de su país, condénese el despotismo de los tiranos, pero sepárese con prudencia el trigo de la paja y no se ponga en entredicho la ética de la Pediatría cubana mediante estos groseros insultos a la inteligencia.